Borges, Kodama y un fervor indiferente.

Jorge Luis Borges es el mejor escritor argentino, no hay dudas de nadie, aunque haya voces contrarias (pocas en realidad). Yo creo eso por supuesto, lo que no significa que sea uno de mis preferidos, pues tengo unos cuantos antes, sin entrar en polémicas (no vale la pena discutir a solas). Lo que más disfruto de Borges es su poesía, “Fervor de Buenos Aires” su primer obra (1923) me parece lo mejor, por su frescura, su libertad, su osadía, su inteligencia; es un Borges distinto, un joven con sueños brutos a los que el tiempo no castigo. No soy quien para hablar de Borges, o mejor dicho, no tengo la más mínima autoridad, me considero un ignorante atrevido.

Siempre admire a Borges por “Fervor de…” y a pesar de eso mantuve una distancia con él, siempre he tratado de negarle cariño, era para mí como el comportamiento de un niño con sus seres queridos, mostrando siempre una rebeldía que pedía atención y no esa indiferencia recíproca. Esperaba de Borges una señal, que se acercase a mí y me contenga y me entienda, nunca lo hizo.

Borges murió en 1986 algo más de dos años después de la muerte de Cortázar y lo evoco porque fueron las muertes que yo más sentí, me despertaron curiosidad y luego una insolente negación. Mi padre murió en el medio (1985) supongo que eso también le dio una ilustración barroca (borgiana) a mis comportamientos y si tuviera en mi poder las cosas que escribí en esa época todo estaría representado y me ayudaría por supuesto a realizar una composición más cercana y verosímil, pero bueno…

Por el año 1993, a siete años de la muerte de Borges, la facultad donde yo estudiaba participa en la organización de una charla en la biblioteca municipal con la presencia de María Kodama (escritora, traductora, profesora, viuda, secretaria y dueña de Borges). Además del recorrido por la vida y obra del escritor, se realizaba un homenaje por los 70 años de Fervor de Buenos Aires. No podía faltar, era mi obra preferida, fui por supuesto con ganas y acompañado de un compañero poeta llamado Pedro, concurríamos juntos a muchas actividades que organizaba la universidad, nos interesaba todo o casi todo, la poesía, la música y la protesta como manera de restituir aquello postergado o prohibido que merecía un lugar, un espacio perdido y determinado. Esta conferencia nos convocaba, ahí estábamos nosotros.

María Kodama era una mujer muy criticada por esa época (y por esta también) y eso me provocaba también curiosidad, cuando dos meses antes de la muerte de Borges se casa con él y pasa a ser la heredera y guardiana de todo el universo del escritor, la prensa de este país y otros no pararon de maltratarla, jamás sabremos si hay razones suficientes para arremeter con tanta fuerza, esas cuestiones que plantean algunos criticólogos carecen de materiales fácticos y terminan en etéreos supuestos, que pasaría si…

La charla era sobria, María Kodama siendo entrevistada por dos personas y respondiendo con destacada amabilidad. La exposición rondaba por ese Borges joven, atrevido, que dibujaba en esos versos prematuros las ganas de aventurarse y resaltar aquello que Buenos Aires provocaba, curiosidad y paroxismo.

Siempre me pregunte porque Borges en 1969 (mi año) decide sacarle a la obra ciertas verdades, ciertas señales de una juventud curiosa y atrevida. En el prólogo de esa edición el mismo Borges se excusa y explica que la razón de esa castración era la de liberar a la obra del exceso barroco y la de limar asperezas, sensiblerías y vaguedades, pero que a pesar de todo eso aquel joven autor de esos versos era el mismo hombre que ahora se resignaba o los corregía.

Luego de hablar y profundizar sobre lo que representaba la obra en torno a la construcción del mismo Borges y a la descripción del mundo que lo rodeaba, con sus influencias acentuadas en ciertos poemas, filósofos y escritores que fueron los que alimentaron al autor, Kodama y sus dos entrevistadores realizaron un vuelo rápido por el Borges posterior, sus inquietudes, su ceguera, su agnosticismo y sus últimos anhelos.

Siempre me llamo la atención ese Borges curioso, cuando daba una entrevista se lo veía inquieto, su aspecto por supuesto decía todo lo contrario, esa contradicción también siempre me llamo la atención e inevitablemente aun la vínculo con mi entorno, cuantas veces queremos hacer algo o nos hacemos acreedores de sueños que empíricamente resultan ilógicos e impracticables por la condición que portamos. Borges era igual, un soñador, y porque ahí estamos todos enrolados, él pasa a ser real y admirablemente igual a nosotros.

Termina la charla y comienzan las preguntas del auditorio, la sala de la biblioteca municipal no era muy grande, entre estudiantes, profesores y público en general (no muchos) sumábamos unas cien personas y los dispuestos a realizar alguna pregunta éramos pocos. Levante la mano sin dudar, algo poco frecuente en mí, en esa época era bastante introvertido y nunca era capaz de mostrarme abierto, con los años fui ganando seguridad y con eso poder esbozar mis pareceres, aunque siempre me ha resultado costoso elaborar de manera clara mis premisas, eso siempre me jugo en contra. Admiro realmente a aquellos que poseen la solidez para comunicar lo que piensan de manera irrefutable (nadie o casi nadie les presenta réplica). Era entonces todo un desafío para mi poder expresar con claridad el sentido de la pregunta que iba a realizar.

Luego de la tercera intervención soy señalado como el cuarto en preguntar, mi amigo me da un codazo y me pongo de pie-

– Buenas tardes, mi nombre es Albert y soy estudiante de letras – dije de manera rápida y vacilante.

– Tu pregunta Albert – dijo uno de los interlocutores.

Tenía bien claro que preguntar (eran dudas que llevaban conmigo muchos años) y cómo hacerlo, pero a pesar de eso estaba ciertamente nervioso.

Tengo dos cosas para preguntar – dije resuelto-. Primero, ¿Cuál fue la verdadera razón por la cual Borges en 1969 saca y modifica algunos poemas de “Fervor de Buenos Aires”?, me resultan poco creíbles las razones que el autor señala en su prólogo. Y segundo, ¿por qué siendo Borges un lector empedernido de novelas extensas, siempre cuestionó ese formato y nunca se animó a incursionarlo?

Algo parecido a eso salió de mis labios aquella tarde.

Estaba como en la tercer o cuarta fila y podía ver las caras del escenario, luego de mi pregunta la de Kodama no se veía muy distendida y la de sus acompañantes no eran tan diferentes.

Joven, supongo que no ha leído todo la obra de Borges, ¿verdad? – dijo con tono molesto e imperativo.

Respondí negativamente con la cabeza.

Pues entonces yo lo invito a que lea a Borges, se lo merecen ambos. Cuando lo conozca más puede ser que esas inquietudes se las responda usted mismo.

Ahí termino mi participación, me senté como un niño que habían puesto en penitencia, estaba ciertamente incomodo, o mejor dicho extrañado.

Cuando todo termino mi compañero reconoció que mis preguntas fueron buenas y me felicito, pero sostuvo que fueron algo provocadoras y generaron un malestar evidente en toda la sala, en los conferencistas y en todo el público presente. Le di las gracias y le pedí perdón.

Hasta hoy nunca había repasado lo ocurrido aquel día, a lo lejos puedo recordarlo con cierta nostalgia y entender que aquel joven estudiante es, en algunos aspectos, el mismo hombre que ahora recuerda y que puede justificar algunas contrariedades que se cometen. Tal vez Borges tenía razón.

Aún me queda mucho por leer de él y tal vez nunca lo complete, pero cada tanto sigo leyendo mi libro preferido en su versión original y ese Borges fresco, errático, barroco y fervoroso me resulta cercano y genial.

 

Albert Pacos

 

Deja un comentario

Archivado bajo Relatos